jueves, 23 de julio de 2009

LA PERSISTENCIA DEL ANTIGUO RÉGIMEN


El espacio geográfico de Cambrige, frente a la ciudad de Boston, viene a estar polarizado por esas dos reputadas instituciones universitarias que conocemos como Harvard University y Massachusetts Institute of Technology. Están unidas por la línea roja de metro (red line) y el trayecto desde Harvard Square a Kendal MIT no supone más que unos cinco minutos de trayecto (dos largos túneles divididos por Central Square). Hoy día, dentro de la rivalidad esperable entre dos colosos de la investigación y la enseñanza superior como son ambas instituciones, hay acuerdos mutuos de colaboración, pero no por ello pierde cada una su identidad. Si Harvard es una universidad tricentenaria cuyo origen se remonta al siglo XVII, el MIT nace en pleno siglo XIX y adquiere su verdadero carácter en el XX, en la época marcada por las dos guerras mundiales. Harvard responde, en sus orígenes, a un modelo educativo de corte aristocrático, a la manera de la británica Universidad de Cambridge. John Harvard, gran benefactor de la nueva universidad norteamericana, aparece representado en una vidriera de la capilla del Christ's College. El MIT, sin embargo, se inspira en la nueva enseñanza profesional que estaba convirtiendo a Alemania en una potencia mundial a partir de 1870. Harvard representa la universidad de los colleges, el MIT la de las facultades (aquí, en el mundo norteamericano, estos nombres no se utilizan con estos sentidos que les conferimos en Europa, pero nos valen para entendernos). El edificio más representativo del MIT, inspirado en el Panteón de Roma, tiene una clara impronta de los politécnicos alemanes de comienzos del siglo XX. No he dejado de pensar en tales cosas, intentando recordar lo que cuenta al respecto un reputado historiador, Arno J. Mayer, en su libro titulado "The persistence of the Old Regime. Europe to the Great War", que se publicó en 1981. Fue hace mucho tiempo, en casa de mi antiguo amigo Enrique Aguado Asenjo, cuando recuerdo cómo él me leyó un largo párrafo relativo a Harvard y al MIT en el sentido que estoy esbozando aquí. Aquella lectura en voz alta sigue sonando en mí hasta hoy, aunque no sé qué habrá de invención y de realidad notarial en mi recuerdo. Arno Mayer exponía, por lo que creo recordar (o imaginar, no lo sé), cómo Harvard y el MIT encarnaban la dialéctica entre el antiguo y el nuevo régimen. Un modelo aristocrático frente a un modelo burgués. Una enseñanza no aplicada, de profundo contendio ocioso (no se confunda con "perder el tiempo", que el OTIVM de los clásicos tiene que ver, precisamente, con las personas LIBERALES, aquellas que no tienen que mancharse las manos para vivir), frente a una nueva enseñanza técnica, orientada a la industria. Que hoy el MIT parezca por sus aledaños un gigantesco polígono tecnológico es parte de aquel planteamiento.

Este texto viene a ser también un homenaje a aquellos amigos que se fueron, que pasan a ser parte del recuerdo, pero que dejan la impronta de sus vivencias y enseñanzas en nosotros. De igual manera que a veces el cariño que sentimos por los demás no es recíproco, a veces tampoco es simultáneo.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.

miércoles, 22 de julio de 2009

DE NUEVO SOBRE BORGES EN HARVARD: EL MÍTICO ARTÍCULO DE JUAN MARICHAL


Rescato de la hemeroteca digital del diario El País el artículo que Juan Marichal dedicó a rememorar su experiencia con Borges cuando se le concedió el privilegio de impartir las Norton Lectures. Es un artículo que tengo recortado desde hace años y guardado como oro en paño dentro de mi archivo. Pero ahora veo con alegría que el artículo está en la red, en esto que ya es un gran tesoro al alcance de todos.


TRIBUNA: JUAN MARICHAL
Borges en Harvard
JUAN MARICHAL 02/09/1999
copyright DIARIO EL PAÍS

Dígale al señor Borges que venimos a su conferencia sin haber comido", me rogaba el estudiante que encabezaba al grupo que en los laboratorios de química había protestado contra la guerra de Vietnam. Borges y yo estábamos a la entrada del edificio de Harvard (Memorial Hall: a la memoria de los estudiantes y profesores que dieron sus vidas en la guerra civil norteamericana, 1861-1865), donde se celebrarían las conferencias de Borges, en el curso 1967-1968.No era lo habitual para el género de conferencias sobre poesía de la serie anual "Charles Eliot Norton": que solían contar con el auditorio así llamado en el Museo Fogg, con capacidad para unas doscientas personas. Mas aquel día del otoño de 1967 aumentaba con las horas transcurridas la preocupación mía (la Universidad me había encomendado todo lo relativo a la visita de Borges) de que iba a producirse una especie de atasco (¡y hasta de motín!) en la entrada del museo por el público que iba a venir a escuchar a Borges de diversas universidades de gran parte de la Nueva Inglaterra en autobuses especiales. Llamé a la oficina a cargo de las aulas y pregunté si Memorial Hall estaría libre esa noche. Sí, lo estaba, pero me advirtieron que su auditorio tenía cabida para 1.500 oyentes. Y dispuse en el acto que allí se celebrarían todas las conferencias públicas del profesor Borges. Al empezar a llegar al acto los asistentes, se vio que sólo podían caber en Memorial Hall. De ahí que Borges y yo estuviéramos a la puerta, hasta llenarse la sala.

Y tuve tiempo para contar a Borges cómo los estudiantes que venían de la "sentada" (sit-in) contra la Dow Chemical Company (fabricantes de los herbicidas utilizados en Vietnam) no eran necesariamente de izquierdas, pero sí le habían leído y le admiraban. Ya en el estrado de Memorial Hall, los aplausos no cesaron hasta que Borges (tras una breve presentación mía) empezó su recital en un inglés de entonación escocesa que sobrecogió al público, pues Borges citaba solamente a poetas de lengua inglesa. Sus palabras eran, así, como el leve marco de los textos recitados, que, para muchos oyentes, eran revelaciones de su propia literatura. Es más, algunos de ellos acudieron a las bibliotecas universitarias de Harvard para leer, por vez primera, a autores como Kipling. Y al cabo de cuarenta y cinco minutos se había creado en Memorial Hall un clima humano sorprendente, como si un bardo antiguo estuviera allí, reencarnado en la persona y voz de Borges.

Las siguientes conferencias fueron disminuyendo en tiempo, hasta llegar a los veinte minutos de la última. Estaban presentes esa noche algunos de los overseers de Harvard (los antiguos alumnos que constituyen la comisión que ratifica, o rectifica, los nombramientos del profesorado) y entre ellos el afamado eclesiástico que los presidía, que exclamó, al concluir Borges, "nunca me he sentido tan conmovido al escuchar una conferencia", aliviando así mi preocupación. Aquel día, por la mañana temprano, había conseguido localizar a Borges, ausente de Cambridge varios días: ¡y estaba en Texas! Tuve que recordarle que a la noche tenía que hablar en Harvard y a Boston llegó, extenuado, a media tarde, gracias a la maravillosa puntualidad de las líneas aéreas norteamericanas.

Tras el susto, estuve a punto de advertir a la señora de Borges (Elsa Astete) que el profesor de la cátedra Norton no podía ausentarse de Cambridge sin permiso de la Universidad ni podía tampoco aceptar conferencias a trochomoche, pero el decano de la Facultad de Artes y Ciencias, tras elogiar mi celo administrativo, me aconsejó olvidarme del reglamento universitario en el caso de la señora Astete, dueña de Borges. De ahí también que tantas universidades (y hasta modestos colleges) fueran huéspedes de Borges en casi toda la costa este de los Estados Unidos.

Las conferencias "Charles Eliot Norton" suelen ser publicadas por la editorial de Harvad: así, por ejemplo, Jorge Guillén las dio en 1957-1958 y recogió en el libro Lengua y poesía (1961, versión española, Alianza). Las de Borges no pudieron publicarse porque el texto propiamente suyo alcanzaba unas pocas páginas. Sí estaban grabadas sus recitaciones, pero la editorial de Harvard no aceptó mi propuesta de publicarlas en forma de libro-casette. De todos modos, por haber estado en Cambridge, la capital universitaria de los Estados Unidos, Borges pudo conversar con variadas figuras de la cultura norteamericana que quedaban deslumbradas por la elegancia y profundidad de su pensamiento. En suma, Borges forma parte desde entonces de la historia intelectual de los Estados Unidos, hasta el punto que Susan Sontag lo calificó de maestro indispensable para los escritores de lengua inglesa. Sin olvidar, en cuanto a las letras hispánicas, la confesión "profesional" de García Márquez: "Aprendí a escribir con las obras de Borges, que no me gustan nada".

Borges recibió, en 1978, el doctorado honorario de Harvard, con el aplauso de las veinte mil personas allí presentes para las ceremonias de fin de curso. También fue distinguida con el mismo grado, Marguerite Yourcenar, que conversó largamente con Borges en la cena dada por el presidente Bok la noche anterior. Y viéndoles tan embebidos en su conversación, sentía que aquella extraordinaria pareja representaba el sueño literario del siglo XX. O para decirlo con palabras del mismo Borges: "Desconocemos los designios del universo pero sabemos que razonar con lucidez y obrar con justicia es ayudar a esos designios que no nos serán revelados".


Francisco García Jurado

H.L.G.E.

domingo, 19 de julio de 2009

OTRA VEZ SOBRE EL MULTICULTURALISMO


Como era de esperar,mi estancia en Harvard me ha devuelto en más de una ocasión a esa nueva realidad cultural llamada "multiculturalismo", que en rasgos generales viene a ser como una aceptación, al menos oficial, de la relación no jerárquica entre distintas culturas. Sólo tenemos que ir al metro para poder apreciar cómo en los innumerables reclamos publicitarios que hacen aquí los centenares de centros universitarios aparecen "casualmente" al menos tres estudiantes pertenecientes a diferentes (vamos a decir) razas. Así lo vi ayer mismo en un cartel del Eastern Nazarene College (cuyo lema reza así: "Many differences, one faith"), o en la propia web de la universidad de Harvard (que da la impresión de ser una universidad de orientales), y ya lo hemos comentado cuando hablamos sobre el antiguo Indian College. La cuestión tiene ya unos años, y el otro día encontré en la Harvard Book Store un resto editorial del año 1996 dedicado precisamente a tratar críticamente este tema. Se trata del libro titulado Great Books, escrito por el periodista David Denby. Denby, antiguo alumno de Columbia University, volvió a las clases de su alma mater neoyorkina para cursar de nuevo, como en su juventud, una asignatura llamada precisamente Great Books. Homero, Dante, Virgilio, o Bocaccio son los "grandes libros" que se leen y estudian en tal asignatura. En teoría no hay nada malo en leerlos, al menos eso creo. El problema viene cuando ciertos grupos universitarios entienden que leer a Dead Whites European Males puede suponer una forma de Eurocentrismo dominante sobre el resto de culturas concurrentes en la nueva sociedad multicultural. No adquirí este libro cuando apareció en español. Luego me di cuenta de que era un gran libro también, no sé si como aquellos de los que habla, pero se trata de un libro útil y necesario. El autor relata cómo transcurren las clases en Columbia y su relación personal con estas lecturas esenciales. Cuando hace tiempo traté el tema de la crisis de la cultura occidental en Thomas Mann, T.S. Eliot y Jorge Luis Borges debí haber incluido este libro. Su lectura me devuelve a los tiempos en que comencé a trabajar en serio en el campo de la Literatura Comparada. Ya he dicho en otro lugar que la suerte de las humanidades clásicas ha corrido pareja a la misma suerte que viene corriendo la propia cultura occidental. Las reflexiones que hizo Borges tenían mucho de incorrección política y de afinidad con T.S. Eliot. Me gustaría recordar ahora algunos de los planteamientos que expuse en su momento. Todo comenzó con un curioso aserto borgesiano que encontré en una entrevista concedida sólo un año antes de su fallecimiento a José-Miguel Ullán. Borges volvía a hablar sobre su conocida aversión a los comunistas, precisamente en relación con las importancia de las lenguas clásicas:

“-¿Le sigue preocupando el comunismo?
-Está en la Universidad. Los comunistas han encontrado una trampa. Dicen que el estudiante puede optar por el griego, el latín, el inglés, el italiano, el ruso, el alemán... Eso quiere decir, ni más ni menos, que el estudiante puede prescindir del latín y del griego. Se trata, en consecuencia, de una opción falsa. Esa opción está hecha para matar las humanidades. Optar por quiere decir realmente prescindir de. Si el estudiante puede recibirse de doctor en Letras sin conocer las lenguas básicas, eso tiene un nombre: incitación a la pereza” (José-Miguel Ullán, “El olor de los tigres (entrevista con Jorge Luis Borges”, Culturas. Suplemento semanal de Diario 16, nº 10, 16 de junio de 1985)

Tales asertos, en apariencia improvisados e ingeniosos, que ponen en relación a los comunistas con la optatividad de las lenguas clásicas no se deben exclusivamente a Borges, sino que pueden situarse dentro de una larga y compleja tradición cultural europea. A este respecto, resulta significativa, y va mucho más allá de lo casual, la defensa, a menudo apasionada, que algunos de los grandes autores del siglo XX hacen de las humanidades clásicas como parte fundamental de la propia cultura europea. Ésta, definida en clave de cultura burguesa, o aquella que entiende aún lícitamente las categorías de su cultura como universales, tiene su comienzo propiamente dicho después de la Revolución Francesa y continúa vigente como representación cultural por antonomasia hasta bien pasada la Segunda Guerra Mundial, momento en el que se van a ir constituyendo nuevas formas alternativas de interpretación del mundo que vienen definidas por las etiquetas genéricas de poscolonialismo y estudios culturales, entre otros.
Por lo demás, el concepto de cultura europea u occidental, ligado estrechamente al de cultura burguesa, ha desarrollado una manera de entender la propia realidad europea y mundial desde una cultura post-ilustrada que se caracteriza, entre otras posibles cosas, por el historicismo o el distanciamiento intelectual de aquello que se lee o interpreta. Era esta manera de interpretar lo propio la que se consideraba como válida o legítima también para interpretar el resto de realidades. Asimismo, esta cultura burguesa ha configurado un canon literario y una manera propia de entender la literatura, cuya manifestación más representativa es la novela burguesa. Tan ligadas están la cultura y la novela burguesas que, en realidad, la definición de la primera puede aplicarse a la segunda. En un interesante trabajo acerca de los trasiegos del héroe antiguo y el héroe moderno, Rubén Florio recoge una certera observación de Carlos Fuentes sobre Thomas Mann, en la que consideraba a éste como el autor culminante de esta novela burguesa europea, por el hecho de entender aún “lícitamente” las categorías de su cultura como universales. Esta observación puede completarse con otra de Hans Mayer al respecto, que considera a Mann un “punto crítico” y ve, a su vez, las afinidades de éste con Goethe en cuanto a la conciencia que ambos tienen de su lugar en la Historia.
Goethe y Mann pueden representar, respectivamente, los comienzos de la literatura burguesa propiamente dicha y el final de su periodo dorado. Asimismo, ambos autores son exponentes de la íntima relación que esa cultura burguesa moderna tiene con la cultura clásica grecolatina. Sin embargo, no es Thomas Mann el único autor europeo del siglo XX que ilustra este peso específico que la cultura clásica ha tenido en el desarrollo de la cultura burguesa. Junto a Mann puede ponerse a otros destacados autores, como es el caso de T.S. Eliot. Para ambos, hay un poeta latino que encarna las virtudes y la tragedia de los clásicos en el mundo moderno: Virgilio. Para ambos la cultura clásica está íntimamente ligada con la cultura burguesa, frente a los peligros del “alba proletaria” (Mann) o el “radicalismo” (Eliot). Es aquí, pues, donde debemos incardinar las ideas borguesianas acerca de la educación clásica y los comunistas. El asunto es, a todas luces, extremadamente complejo y no invita, precisamente, a la parcialidad, dado que cae en los terrenos de la actual incorrección política.

Francisco García Jurado
H.L.G.E.